Estimados colegas,
Acabo de finalizar una investigación sobre el saber en el Ática en tiempos de Pericles, y he descubierto unos textos harto curiosos de un tal Escrotos de Tebas, de misteriosa vida y escasa pero fecunda obra.
Antes de que aparezcan publicados en el boletín Philosophy & Thinkin'Shits de la Universidad de Burningcows, me gustaría que tuvieseis la oportunidad de leerlos. Aquí os dejo el primero.
Atentamente,
Dr. Sandro
Pirao el Joven: -¡Mira, Felao, por ahí viene el buen Escrotos!
Felao de Esparta: -Así es. Aprovechemos la ocasión que se nos brinda y tratemos de aclarar de una vez por todas la duda que ayer nos planteábamos; pues si un hombre en Atenas puede solucionar el problema que nos inquieta, ese es sin dudas el noble y sabio Escrotos…
P.: (Saludando) -¡Buen Escrotos!¡Sabio Escrotos¡
Escrotos de Tebas: -¡Ah, pero si son el joven Pirao y su inseparable compañero, dos de los más célebres sodomitas de la ciudad a la que tanto amo…!
F.: (Sonriendo) -¡Buen sabio, veo que en esta ciudad las calumnias, aunque honrosas, corren más y mejor que las verdades…!
E: (Haciendo un ademán de afirmación) -Cierto, Felao, y si no es así que le pregunten a tu padre…
P.: -Respetado maestro, discúlpanos por interrumpir tu paseo, pero necesitamos de tu ayuda…
F.: -Sí, oh sabio, pues desde ayer una duda nos atormenta y al verte hemos pensado que nadie mejor que tú para solventar una duda, pues todos en la ciudad y muchos fuera de ella afirman sin equivocarse que si sobre algún mortal el poderoso Apolo ha arrojado su luz y su sabiduría, ése sin duda es Escrotos de Tebas…
E: -¡Ah, estimado Felao, eres la viva imagen de tu madre, que para conseguir la ayuda de un hombre se rebajaba a la lisonja y las prácticas más indecorosas sin el menor de los reparos…!
P.: (Rogando) -Por favor, sabio y justo Escrotos, escucha nuestro problema…
E: -Está bien; ya que me habéis importunado, exponed el problema y para que lo solvente y así pueda proseguir mi camino…
P.: -Dicen, oh sabio, que en cierta ocasión afirmaste en presencia de algunos de los más respetados hombres de la ciudad que los ciudadanos son como las ovejas de un rebaño, que sin la guía firme y justa de un buen pastor se dispersan por el monte y mueren despeñadas o son cazadas por los lobos, pues en su naturaleza no está la función de guiarse a sí mismas. Y que, siendo así, es justo y bueno que algunos de entre los hombres de la ciudad se entreguen al deber del mando y la guía, y que éstos deben ser rígidos e inflexibles como lo es el pastor…
E.: -Sinceramente, buen Pirao, no puedo decir que recuerdo haber afirmado nada semejante o al menos haberlo hecho siendo plenamente consciente de mis palabras; sin embargo, y haciendo como si lo que ahora me dices fuese nuevo para mi, sí puedo decir que estoy en pleno acuerdo con tales afirmaciones.
F.: -Siendo como dices, entonces hay contradicción entre ésta afirmación y otra que hiciste hará ni siquiera un mes, en la que dijiste que los hombres de la ciudad deben guiarse a sí mismos a partir de las leyes que les vengan impuestas por el dictado de su espíritu…
E.: -Breve Felao, veo que algunos espartanos sufrís de un mal común en muchos de mis conciudadanos, y es que tenéis la boca mayor que la cabeza y de ahí que muchas de vuestras palabras no quepan por lógica en la razón de nadie que se pretecie de tenerla. Y es que, Felao, donde tú dices que hay contradicción en realidad no la hay y sólo a un necio se le ocurriría decir en público que dice verla…
P.: -¿Cómo no hay contradicción, maestro, en el decir que los hombres son como ovejas que deben obedecer al pastor y al mismo tiempo que los hombres deben guiarse por las leyes que les imponga su propia razón?
E.: -Es verdad, amigos, que si los estúpidos volaran no veríamos el sol ni las estrellas. Vuestra duda, si no viniese de quien viene, me parecería una broma pueril o un ridículo juego de palabras para mujeres. Y es que confundír algo tan evidente como lo que son las cosas con lo que deberían ser…
P.: -Pero maestro…
E.: -¡Callad y prestad atención a mis palabras, pareja ridícula y enojosa, si queréis luego poder ir por ahí pavoneándoos como hacéis y mostrando sabiduría donde apenas guardáis la hueca técnica de un mono que repite gestos sin comprenderlos!. Los hombres de la ciudad, en su gran mayoría, son como las ovejas porque no saben a dónde van y para llegar a buen puerto necesitan del faro de hombres que sí lo sepan; el primer tipo de hombres, estúpidos como son, aceptan las leyes que les vienen impuestas porque eso es lo que demandan sus pobres espíritus, mientras que el segundo tipo, los hombres que se imponen leyes, son aquéllos destinados a guiar al rebaño de los necios hacia un fin mejor que el mero vagar en busca de la propia ruina…
F.: -Pero…
E.: -Sigue escuchando, bruto, que te conviene. Los hombres que son como ovejas están destinados a seguir los dictados de los que no lo son, pues en todo caso obedecer es su finalidad y en ella se sienten seguros y cómodos. Los otros, que son como los pastores, tienen el deber de orientar a los primeros hacia donde les venga en gana, es decir, a donde sus propios espíritus les indiquen que deben orientarlos, y así satisfarán no sólo a su propia naturaleza sino también a la de sus rebaños. Así, el pastor que desee guiar a sus ovejas a nuevos y ricos pastos hará bien en hacerlo, como también hará lo correcto el que decida llevarlas hacia los lobos o bien despeñarlas a todas por el precipicio más cercano.
P.:(Escandalizado) -¡Pero maestro!¿Y las enseñanzas que imponen lo justo y lo bueno para los ciudadanos como fin para los que dirigen la polis…?
E.:(Recogiendo unas piedras del camino) -Pirao y Felao, buenos amigos… Lo justo y lo bueno para el pastor es no sentirse culpable del destino que corran sus ovejas, pues para eso son suyas y si las pierde o las mata él es quien sufre las consecuencias… del mismo modo que lo bueno y lo justo para las ovejas es balar, comer y correr camino abajo antes de que el pastor decida aliviarse con una de ellas o correrlas a pedradas por el mero gusto de verlas huir.
Escrotos de Tebas, Diálogos Escróticos, 289a. Recogido y traducido al latín en el Libro XVIII de la Historia de la Estulticia de Marco Quinto Primera.